8.14.2006

Lady Gray y la ceguera

Lady Gray salía a caminar por las tardes, internándose en las profundidades de los bosques aledaños a su morada. Las caminatas resultaban siempre solitarias y el ritmo de su marcha, definitivamente lento.

¨El tiempo del universo disminuye su velocidad.
Y la mujer de gris no regresa sino tres soles más tarde¨.

Cuando emprendía sus paseos, la Dama Gris se cubría con un manto de parcimonia y el letargo se ponía en evidencia.
Quienes alguna vez pudieran observarla en estos escapes, me temo han quedado ciegos al correr del día; ciegos y encantados, porque jamás dolidos, asustados o arrepentidos.
Esta ceguera producida, en efecto, durante la contemplación a la Gris Mujer, no resultaba de un hechizo, ni provenía del mundo de lo escalofriante, muy por el contrario, era vivido a través de la magnificencia de los sentidos de los cuerpos afectados.


Narran las ciencias de ese entonces que el trastorno sufrido, era interpretado por cada víctima como una experiencia inigualable e insuperable.
Algún que otro observador de las Artes de Lady Gray, se atrevió a decir que los afectados olvidaban para siempre lo que habían visto con sus ojos hasta entonces, pero a cambio se instalaba en sus mentes una eterna vivencia maravillosa de la cual, cada ciego resultaba protagonista y héroe (vivencias que jamás podrían contar a ningún ser viviente).
Muchos y todos desmintieron a lo largo de la historia, esta última teoría. Incluso, se cuenta que en los tiempos de la inquisición fueron completamente destruidos los pocos escritos que contenían algunas de las verdades acerca de los misterios surgidos en torno a Lady Gray y sus andares.

Lo que nadie ha podido nunca borrar de la historia y el recuerdo de los sobrevivientes es que Lady Gray, también sufría ceguera.

8.07.2006

Criaturas

En los jardines de Lady Gray, mora una maravillosa variedad de mascotas.
Avestruces plateadas, colibríes con enormes alas, libélulas de neón, ballenas multicolores, lagartijas de seda, toneladas de noctilucas, mariposas de miel, y dragones transparentes, son las especies más numerosas de estos parajes, y nunca abandonan su hogar. Cada uno de ellos ha sido nombrado, alimentado y cuidado por la dama de gris.

Serafín, el más viejo, sabe recorrer el paisaje, andando entre los arbustos, paseando de copa en copa, de nogales a sauces, de paraísos a abedules, acariciando las amapolas o volando entre las aves. Duerme bajo las estrellas, de pie (siempre, ante las estrellas, despierto o dormido, de pie) y sólo de vez en cuando, y siempre pidiendo permiso, se recuesta junto a su ama y sueñan los mismos sueños.

Las noches de luna llena, el viejo Serafín, vuela hasta lo alto para besar al astro blanco y así darle la bienvenida al mundo del movimiento. Le advierte, que no tema, que todo va a estar bien, y que esperará por su regreso. A cambio, la luna le obsequia algo de su luz.
Así ha sido año tras año, desde los comienzos de los días y las noches, cada vez, la luna le ha entregado a esta añeja criatura, un poco de su luz (es por eso, que hoy, la luz de la luna, no es más que el reflejo del sol, que se apiadó de la regordeta y fue prestándole un poco de su destello cada noche).

Probablemente, Serafín viva por la eternidad y esté presente la noche de La Muerte de Lady Gray (pero todavía no se lo haremos saber).
Mientras tanto sigamos admirando a todas las criaturas que habitan los jardines de la gris dama.




Jasón

La mujer diminuta y simpática le relataba sus cuentos a Lady Gray que vivía sus años dorados de juventud. Siempre la entretenía con las diferentes historias que se le venían a la mente, o que ya existían en ella. Y más que ¨hablar por hablar¨ o más que un simple pasatiempo, contar cuentos era, para la mujercita una forma de vida, una elección de ser.
Un buen día de invierno (unos de esos notablemente verdes y necesariamente grises), decidió hablarle de Jasón. Era tan vívida la forma en que ponía sus palabras para hacerle saber de él y tal la compasión que le evocaba este personaje, que con el paso del tiempo, el relato continuaba evolucionando como si fuera real.
Carmela (así se hacía llamar la cuentista) continuaba nombrándolo eventualmente, entre las infinitas cotidianeidades existentes, a veces a diario, y en ocasiones Jasón se volvía parte del pasado, de algo ya pronunciado y no había nada más que hablar. Un tema cerrado.
Cierta tarde Carmela descubrió que Lady Gray podría ser la persona ideal para vivir el amor junto a él… ¡Cómo le brillaban los ojos cuando pronunciaba ideas sobre ese amor! De cualquier modo, para ella no fue más que un simple comentario, pasando a ser una ocurrencia intrascendente; mientras que para la joven expectante fue el inicio de un fuerte deseo, la incontenible necesidad de que todo se volviera tangible.
Que existiera, conocerlo, declararse mutuo amor eterno. Esta frase se repetía en los rezos nocturnos, cuando soltaba una moneda al aire sobre cualquier fuente de agua, mientras contemplaba el fuego durante horas creyendo que su calor era el semejante a la pasión que Jasón le entregaría. Lady Gray casi podía creerlo en su mente flotante, y así, vivía una vida feliz.
Nuevos personajes iban y venían, de los labios de Carmela a los sentidos de la bella gris, la atención se volvía presa del sonido de la voz, y una vez más se perdía entre las nuevas fantasías de Carmela y los poderes de ambas imaginaciones. Ciertamente, la joven olvidaba a Jasón (o simplemente se apropiaba de su existencia relatada, que es una forma alternativa de olvidar).
Nadie supo decir con certeza, ni cuándo ni como, Lady Gray y Jasón se encontraron bajo el manto de algún arte contempladora. Tal vez, sucedió el mismo día que Carmela se dejó perder en los bosques, confinando el resto de sus días a contarle cuentos a la naturaleza.

Diario de viaje de Lady Gray

Claro que de vez en cuando salgo a volar por el lugar eterno. Ahí, no existe el tiempo, porque da igual. Pero sí son necesarios el cielo gris, la tierra también gris, cubierta de árboles congelados, y el aire fresco (casi frío). La humedad es siempre perfectamente excesiva y es quien cubre la imagen; y a mí. Eventuales verdes que sonríen. La sensación, cercana a una escena de la antigüedad en el país Celta. Mi vestimenta la desconozco, porque no puedo verme. Me atrevería a afirmar que ni cuerpo tengo. Todos los sentidos funcionan en su máxima expresión, pero sólo para captar lo esencial, ya sea en vuelo, o posada sobre alguna fina rama desnuda y frágil.
Y se inhala eternidad y se exhala grandeza. No existen las voces ni los ruidos; tal vez una melodía perdida que busca asilo en el espacio ideal.
El vuelo decide ser incesante y sin rumbo, porque no hay un objetivo, a dónde ir, si la belleza está en todas partes…